(Por Pablo Cano) El inicio de las hostilidades entre la CGT y la gestión de Javier Gerardo Milei activó el músculo gremial de base. Sin embargo todavía ronda la pregunta madre: ¿Quién y cómo conduce el conflicto social en Argentina?.
El wasap pidiendo que a la plaza de Tribunales concurran solamente los abogados y la estructura de los sindicatos empezó a ser contestado por sus destinatarios con una frase que se repetía en loop: «Los delegados quieren ir». La mañana del 27 de diciembre puso en un brete a la conspicua dirigencia de la CGT que se saldó con un reflejo del movimiento, nadie apuró el paso de la movilización, pero nadie impidió el movimiento «inorgánico» del músculo real del movimiento obrero, los delegados de base y su primer círculo.
Frente a varias victorias que pudo acreditar la CGT aquel día -sobre el protocolo antipiquete, en la justicia y también en la agenda política- el desafío de fondo quedó instalado para una nomenclatura que siempre se imagina en las mesas de diálogos y en las roscas de las lapiceras: quién y cómo conduce el conflicto social que la gestión de Milei ya tiene comprado en base a su propia agenda de gobierno.
El 30 de marzo de 1982 -anoten esta fecha en su calendario 2024 quienes quieran encarar la disputa política con algún sentido histórico- Saúl Ubaldini daba el paso que lo llevó a ser durante una larga década un actor central de la política argentina. Tan denso es el bagaje que expresa su figura que, entre ese fin de marzo dónde protagonizó el estallido de la gobernabilidad de la feroz dictadura, y unos pocos días después, el mismo Ubaldini estaba en Malvinas acompañando por otros dirigentes gremiales, de la UIA e inclusive René Favaloro para la toma de posesión de la gobernación de las islas por parte del represor Luciano Benjamin Menendez en un hecho que habla de las complejidades que siempre tuvo que atravesar el movimiento obrero…pero que también informan al presente sobre las diferencias de fondo entre aquellos y estos dirigentes.
La invocación de Ubaldini como prisma para leer la disyuntiva que atraviesa hoy la CGT adquiere mayor profundidad cuando se releen algunos párrafos de la convocatoria a aquel 30 de marzo «(la CGT)… no acepta la imposición, ni el contubernio ni resigna tampoco su representación, de la misma manera que no renuncia al objetivo básico de impulsar el desarrollo del país, el pleno empleo, la distribución equitativa de la riqueza, la vigencia del estado de derecho y la Constitución Nacional. En síntesis, la justicia social, cuya búsqueda constituye para la CGT un compromiso permanente. Es con este espíritu que la CGT ha convocado al pueblo para movilizarse el próximo 30 de marzo, ejerciendo el derecho constitucional de peticionar». Imposible mayor actualidad que pone el acento en la crisis que enfrenta esta generación de lideres cegetistas: han perdido (y algunos ni siquiera nunca tuvieron) la memoria de los tiempos de lucha en términos de acción como estrategia y negociación como táctica.
El astillamiento que produjo el menemismo en la forma de autopercibirse del movimiento obrero se expresa de manera brutal en la incomodidad con la cual la CGT transita este momento. Volvió el menemismo pero sin Menem, sin marcha, sin quincho ni el Tula. Moyano (padre) no tiene las ventajas del Moyano de los 90 para ponerse al frente (ni la fuerza de su edad ni la libertad de aquel contexto). Moyano (hijo) no es Moyano (padre), como no lo son, por cierto, la mayoría de los hijos. Si se mira para el lado de la CTA, el asombro por la falta de convicción de poder con la cual transita impostando beligerancia de nulo impacto, sólo se los encuentra funcionales a la narrativa liberal ¿Entonces?
Hablar de Saúl y evocar su imagen en andas megáfono en mano permite ensalzar la foto, pero olvida la película. Ubaldini fue el emergente de una tradición del movimiento obrero peronista que logró articularse con otra vertiente del mismo tronco. Lorenzo Miguel entendió, en su momento, que el crimen de Rucci era un fatal error político como también lo era insistir en vengar el mismo. Cuando la dictadura empezó a resquebrajarse por dentro, entendió rápidamente que había un lugar vacante que la CGT podía ocupar más allá de las divisiones que en aquel tiempo -como hoy- tenían. Y le dio al campo popular la estructura necesaria para que Ubaldini pueda expresar lo que ese tiempo histórico demandaba.
Si la frustración por un presente negro y un futuro inenarrable llevó a una enorme porción de trabajadores jóvenes (formales e informales) a votar a Milei, también el movimiento obrero tiene una cuota de responsabilidad en la vacancia de representación de esa demanda. Como la historia es peronista, vuelve a pasar por la puerta de Azopardo unas semanas después para darle otra oportunidad. Les toca a estos muchachos la tarea de invisibilizarse -al igual que el Loro- de las primeras filas de las marchas y de las vocerías, y también encontrar al Saúl de estos años. Debería ser muy fácil, seguro que es uno de los que estuvo el 27 en Tribunales marchando aunque no fue convocado y que al abrazarse con algún compañero de ocasión pensó emocionado «No nos han vencido».
No hay que renunciar al café de rosca con Daniel Funes de Rioja ni a las visitas a IDEA, hay que, también, darle soporte a aquello que no se puede hacer mientras se hace esto. Como siempre, Perón ya explicó todo.