(Por Lucila Pellettieri, GPJ Argentina) D’Ambrosio trabaja para sindicalizar a los repartidores por aplicación en Argentina, quienes enfrentan un vacío legal que les excluye de protecciones laborales básicas, como seguros, días de descanso y sobresueldos por trabajar los fines de semana.
(Esta historia fue publicada originalmente por Global Press Journal) En el patio de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, las bicicletas con mochilas de aplicaciones de reparto se van acumulando.
Arriba, en una de las aulas, Belén d’Ambrosio, secretaria adjunta del Sindicato de Base de Trabajadores de Reparto por Aplicación (SiTraRepa), se prepara para hablar ante estudiantes y colegas sobre la lucha por los derechos laborales de la que forma parte desde hace tres años.
Ahí cuenta que, en promedio, las y los repartidores argentinos necesitan trabajar entre 10 y 12 horas diarias, seis días por semana, para juntar 250,000 pesos por mes. Esta cifra, equivalente a 306 dólares estadounidenses, está por debajo de los 394,713 pesos (483 dólares) que, según el Estado, se necesitan para cubrir las necesidades básicas de una familia de tres integrantes.
Por ley, en Argentina la jornada de trabajo es de ocho horas diarias. Sin embargo, las y los repartidores por aplicación se encuentran en un vacío legal porque las empresas no les consideran como personas empleadas sino “colaboradores”. Así, se ahorran cargas sociales, como seguro, vacaciones y sobresueldo por su trabajo los fines de semana (los días de mayor demanda de pedidos). En ese contexto, d’Ambrosio y sus compañeros luchan por que el Estado reconozca oficialmente al SiTraRepa como sindicato, lo que lo habilitaría a negociar mejores condiciones laborales y el reconocimiento de las aplicaciones como empleadoras.
“Estas empresas son monstruos gigantes. No me atienden, no tengo oficina de recursos humanos, no tengo obra social. De todo esto que no tengo, ¿qué sí depende de mí como trabajador? Sí depende de mí poner en pie un sindicato”, asegura la dirigente.
D’Ambrosio, de 31 años, recuerda el momento en el que surgió esta idea. A principios de octubre de 2020, ella y muchos de sus compañeros se reunieron frente a las oficinas de la aplicación de delivery Glovo para reclamar la entrega de unos bonos por desempeño que la empresa había prometido. Nadie en la compañía les recibió, por lo que el grupo marchó al Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, la agencia nacional encargada de vigilar la normativa laboral. Ahí, les dijeron que no podían atender sus peticiones porque no tenían representación gremial. En junio de 2021, el grupo volvió al ministerio a presentar las afiliaciones y documentación necesaria para convertirse en sindicato.
De la atomización a la solidaridad
D’Ambrosio empezó a pedalear en 2020. Como repartidora, era de las pocas personas que podía circular por las calles y, aunque su trabajo se consideraba esencial, también era muy peligroso. “Veíamos la muerte de nuestros compañeros en la calle“, recuerda.
Para sobrellevarlo, el gremio se unió. Se auxiliaban en casos de pinchaduras, compartían consejos sobre el funcionamiento de las aplicaciones y, mientras esperaban pedidos, hablaban sobre las dificultades del trabajo.
“Nosotros como sindicato surgimos frente al abandono de las empresas y del Estado. Surgimos como colectivo de trabajadores solidarios en medio de la pandemia”, asegura d’Ambrosio.
El Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social indicó a Global Press Journal que el trámite de inscripción gremial se encuentra todavía en proceso, ya que el sindicato no ha cumplimentado unas observaciones.
El SiTraRepa estima que hay entre 50,000 y 60,000 repartidores en todo el país, pero podrían ser más. En 2018, había 160,000 personas trabajadoras por aplicación en Argentina (1% de la población activa), según un estudio del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, una asociación independiente de evaluación de asuntos públicos.
Sin embargo, el sector está atomizado por la competencia que fomentan las plataformas. Por ello, desde el SiTraRepa, d’Ambrosio realiza actividades solidarias semanales, donde ayuda a sus compañeros a reparar sus bicicletas, les da bebidas y les habla de organización.
A Ignacio, un repartidor del sindicato, esta unión le permitió seguir trabajando, después del robo de su bicicleta.
“Por suerte está la espalda del SiTraRepa que me pudo prestar una bici para repartir hasta que yo pueda juntar. Si no, es muy difícil; ahora una bicicleta es un mes de trabajo”, dice Ignacio, quien prefiere que no se incluya su apellido por temor a perder su actividad laboral con las aplicaciones.
“Creo que se vienen cosas grandes”
Hoy, el SiTraRepa tiene 2,500 personas afiliadas a nivel nacional y presentó todos los requisitos legales para ser un sindicato, pero no está reconocido. El Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social indicó que el trámite de inscripción gremial se encuentra todavía en proceso, ya que el sindicato no ha cumplimentado unas observaciones, pero d’Ambrosio atribuye el retraso a la “falta de voluntad política”. Además, considera que durante la presidencia de Javier Milei, un economista libertario que asumió el cargo en diciembre de 2023, será aún más difícil lograrlo.
Sin embargo, d’Ambrosio sigue inspirada y resuelta. Como parte de su labor sindical, participó de la organización del primer Congreso Internacional de Trabajadores por Plataformas, en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos, en abril de 2023. Ahí conoció a Riccardo Mancuso, un activista italiano que ganó un juicio contra la empresa de reparto Deliveroo en 2022, y a Tristan Dutchin, uno de los organizadores del primer sindicato de trabajadores de Amazon.
“Me resulta demasiado apasionante el momento en el que nos toca vivir; es durísimo, pero yo creo que se vienen cosas grandes”, dice d’Ambrosio, convencida de que la organización es la única forma de garantizar una vida digna para su gremio. Hoy, d’Ambrosio está terminando un profesorado en ciencias sociales y da clases de lengua en una escuela a medio tiempo, pero no piensa bajarse de la bicicleta ni de la lucha sindical. Para ella, el día de trabajo ideal es el que, entre entrega y entrega, convence a alguien de acercarse al sindicato.
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