Es una obviedad pero nunca está de más recordarla: los tiempos del sindicalismo no son los de las personas y mucho menos los tiempos de la política. Es que mientras pasan los gobiernos y las gestiones, los jerarcas sindicales se sostienen en los gremios y renuevan sus mandatos ad eternum.
La falta de renovación de las cúpulas no permite el acceso de las nuevas generaciones a los espacios de toma de decisión y obtura la capacidad del movimiento obrero de oxigenar sus conducciones para acercarlas a quienes ingresan al mercado laboral.
Para graficar lo dicho basta repasar la cantidad de años que permanecen en el poder algunos de los líderes cegetistas que sellaron, la semana pasada, en el Hotel Castelar un documento por la unidad sindical: José Lingeri (29 años); Gerardo Martínez (25 años); Carlos West Ocampo (30 años); Gerónimo Venegas (24 años); Armando Cavalieri (29 años); Rodolfo Daer (30 años); Roberto Fernández (9 años); Omar Maturano (21 años); Andrés Rodríguez (25 años); Hugo Moyano (28 años) y Víctor Santamaría (10 años); Amadeo Genta (32 años) y Guillermo Pereyra (31 años); y la lista podría seguir.
Claro que no son los únicos, pero quizás pueden ser los más evidentes. De hecho entre los gremios más importantes del país sólo hubo recambio en los últimos 10 años cuando fueron procesos forzados por el fallecimiento del secretario general o a escándalos judiciales. Luz y Fuerza, UTA, SMATA, Bancarios y la Unión Ferroviaria son muestras claras de ello.
Este panorama implica que los que cocinaron la fragmentación del movimiento obrero al calor de su posicionamiento frente al kirchnerismo, son los mismos que negocian la reunificación de la CGT con la mirada puesta en un nuevo gobierno. Claro. en ningún momento mediaron consulta a las bases que justificara una u otra determinación.
Ocurre que detrás de las movidas superestructurales cegetistas se percibe más una jugada vinculada a intereses corporativos de quienes se perpetúan en los sillones de mando, que a estrategias en materia de visión sindical o de reivindicaciones de agenda de los trabajadores. Será por ello el reclamo por sostener el modelo sindical pica en punta entre las demandas a los presidenciables.
En el marco de una sociedad que dio muestras de comenzar a castigar los liderazgos de quienes detentan el poder el manera poco permeable y por períodos extensos, no sería raro que, con los plazos del sindicalismo, comiencen a soplar vientos de renovación. Esos mismos que el último año alcanzaron y derribaron las construcciones de los «intocables» barones del conurbano bonaerense (no casualmente algunos de los barones derrotados provinenen del sindicalismo).
Algunos ya comenzaron a leer el clima de época y aceleraron los recambios internos. Algunos percibieron lo que viene y prefieren ser las propias conducciones quienes ordenen el proceso de renovación para que la renovación no se lleve por delante a las conducciones.
El número dos de la CGT Azopardo tiró la primera piedra. Guillermo Pereyra anunció que se corre el año que viene del gremio de Petroleros que lidera, aunque después confirmó que seguirá en la comisión directiva como adjunto.
También en la UOM percibió que se necesita oxígeno y ya adelantaron que en la renovación de autoridades del año próximo habrá por lo menos cuatro cambios de dirigentes de peso que dejarán la Comisión Directiva de los metalúrgicos. Además apuntan al recambio en varias seccionales importantes del conurbano.
Mientras tanto otros intentan resistir. Los casos emblemáticos son los de Omar «Caballo» Suarez (SOMU) y Ricardo Cirielli (APTA), dos de los dirigentes que están recurriendo a artilugios legales y distintas artimanias para evitar su salida del gremio, lo que tarde o temprano va a suceder. Lo que resta saber es cuál será el tiempo que el sindicalismo necesitará para digerir la nueva realidad y cuán traumático será el recambio.