Habrá que mirar mucho en la historia de la CGT para encontrar una conducción del Movimiento Obrero Organizado que quede en manos de tres dirigentes carentes de ese aura especial, que las bases y el aparato sindical depara a sus dirigentes de fuste. Entiéndase el punto, ni Saul Ubaldini, ni Augusto Timoteo Vandor, ni Hugo Moyano, ni José Ignacio Rucci, ni siquiera Rodolfo Daer -sólo por citar algunos ejemplos- estaban carentes de esa mística al momento de iniciar su mandato al frente de la central obrera.
Este dato de color ilustra algo sobre el verdadero trasfondo que se inicia con esta nueva CGT, pretenciosamente unificada. Entre lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Solicitamos paciencia del lector en esta afirmación, no todo lo viejo es por sí obsoleto y triste, ni todo lo nuevo trae consigo mejores cosas por ser novedad. En esta reflexión, casi tautológica, sólo abrimos el análisis del porvenir de esta CGT a partir de un punto, que pareciera ser el único constante en todo el espíritu que sobrevoló ayer el estadio de Obras Sanitarias, junto al inevitable aroma tigrense que se desprende de la condición de diputados renovadores de dos de los tres integrantes del flamente triunvirato.
Algunos congresales con años en las lides afirmaban: «el 75% del movimiento obrero organizado está acá, no puede decirse que esto no sea una reunificación.». Otros, mientras se retiraban, chicaneaban «Esto esta lleno de congresales y vacío de bases». En esos extremos (y en una tercera posición que apostaba a su confluencia, más temprano que tarde, por la dinámica de los hechos «y por Francisco»), puede leerse el verdadero sentido de la unificación de ayer. La necesidad que sintió la orgánica del movimiento obrero de consolidar su institucionalidad para pararse frente al Gobierno de Cambiemos. Ya sea para confrontar, ya sea para negociar. La impronta que fluía de obras marcaba que empezarán por lo primero, para aterrizar en lo segundo.
A 8 meses vista, debe decirse que los movimiento sociales que le piquetean la calle a Macri han conseguido bastante más que todos los centuriones sindicales. A saber: a los primeros le han mantenido íntegramente la red de asistencia social que sostiene sus organizaciones; al movimiento obrero le han echado 200.000 trabajadores y no le han cumplido con la anulación del «Impuesto al Trabajo». El único logro que pueden ostentar los popes cegetistas es haber reordenado el flujo de dinero hacia las obras sociales sindicales.
Los movimientos sociales -como el Movimiento Evita- conforman bloques políticos de identidad propia, por el contrario, los diputados de extracción sindical son apenas sucedáneos de los reacomodamientos varios del Peronismo dónde no ocupan ningún lugar central.
Por último, pareciera cada vez mas evidente que el Macrismo hace del dialogo una pose constante, pero en la mesa las negociaciones son aún mas duras de lo que eran con CFK. Les vetó la ley antidespidos sin despeinarse, tiró para muy adelante la discusión del Impuesto a las Ganancias y permitió la puesta en escena con los empresarios de un pacto antidespidos que no se cumplió ni una semana.
Así las cosas, pareciera que el nuevo Triunvirato de la CGT deberá innovar profundamente en su táctica «prudente» ante un gobierno que se siente empujado a negociar sólo frente el conflicto (el caso de las tarifas es la última muestra de esto). El diálogo institucional de Cambiemos hasta ahora demostró ser sólo una estrategia de marketing.