Con un extenso documento titulado «DELITOS CON MEDICAMENTOS ILEGÍTIMOS», el Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos, que conduce Marcelo Peretta, reclama la atención tanto de la industria como del Estado respecto de una crisis sanitaria que desata la informalidad en sus diversas facetas de la industria de la salud y la comercialización de la misma.
A continuación, los puntos mas salientes del documento referenciado:
Los remedios ilegítimos, que en Argentina representan 11% del total, pueden ser falsificados, igual que jeans, zapatillas o perfumes de marca; adulterados, cuando se les agrega o quita componentes o se les cambia rótulos o fechas de vencimiento, o defectuosos, cuando les falta calidad o son robados.
Inyecciones de hierro (Yectafer®) adulteradas y partidas enteras de medicamentos de uso masivo (Amoxidal®, Buscapina®, Sertal®, Alplax®, Rivotril® o Viagra®) robadas o falsificadas, son noticias corrientes.
A los escasos culpables que encuentran le dictan “Probation”. Casi un chiste considerando la gravedad del delito.
Remedios de alto costo y baja incidencia (ACBI) para sida, cáncer, hemofilia o trasplante, fueron -y siguen siendo- falsificados y/o adulterados, cambiando número de lote y fecha de vencimiento. Se revenden productos comprados en licitaciones, se fraguan troqueles e imitan recetas.
Periódicamente la Administración de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) dispone el retiro de lotes y partidas de medicamentos por estar adulterados o con fallas de calidad.
Se sabe que, todas las semanas, bandas bien organizadas vacían una farmacia o roban un camión completo de medicamentos, valuados respectivamente en 400 mil y 900 mil pesos cada uno.
¿Qué pasa con los remedios “truchos”?
¿Se recuperan y destruyen? ¿A dónde van a parar? ¿Quién descarta los vencidos?
Las pruebas indican que los medicamentos ilegítimos alimentan el canal conformado por kioscos, supermercados, gimnasios, estaciones de servicio y restaurantes. También se ofrecen por Internet a través de unas 300 páginas y se envían por correo.
Este canal no existiría sin la complicidad de algunos productores de especialidades medicinales, tentados por ubicar sus productos no solo en las 12.000 farmacias, sino también en unos 60.000 kioscos, 25.000 supermercados, 4.000 estaciones de servicio y 3.000 gimnasios. Tampoco sería posible este circuito paralelo si la industria farmacéutica estuviera un poco menos preocupada por vender sus productos que por la salud de la gente.
Alrededor de 60% de los medicamentos que circulan por el canal paralelo son ilegítimos. El mercado de los ilegítimos viene siendo denunciado sostenidamente por colegios, confederaciones y sindicatos de farmacéuticos. Pasó de un reducido 3% del total en 2000, a un 5% en 2004, 9% en 2006 (reconocido por ANMAT), 10% en 2009 y 11% en 2017. Mueve 2000 millones de pesos anuales.
La figura del Farmacéutico parece decorativa. Solo 15% de las farmacias, 3% de las droguerías y 1% de los laboratorios son propiedad de éstos. Muchos propietarios no respetan la palabra del profesional. Compran y venden sin su autorización, no les pagan dentro de su convenio laboral y los reemplazan ante la menor discrepancia. Pero con sus decisiones lo arrastran a causas penales y sanciones en su matrícula.
Los empresarios, pequeños, medianos o grandes, tienen el principal interés de la rentabilidad del negocio. El poco respeto a la toxicidad y riesgos de los medicamentos suele evidenciarse en decisiones que anteponen lo comercial a lo sanitario. Descuentos inverosímiles, promociones 2×1 y publicidades engañosas de efectos incomprobables.
Que muchas farmacias se parezcan más a un shopping que a un centro de salud, también es mérito de comerciantes que confunden modernidad con “viva la pepa”.
Resulta increíble que personas vinculadas con el narcotráfico, hayan sido o sean dueños de farmacias, droguerías y laboratorios. Más inadmisible es que estén vinculados con intendentes y otros funcionarios públicos.
En el 2000 no eran más de 90 las droguerías habilitadas, hoy superan las 400. Una droguería debería poseer infraestructura y logística suficiente para almacenar y distribuir productos sanitarios a farmacias y hospitales. Sin embargo, han aparecido droguerías en espacios reducidos a una oficina comercial o a una casilla postal.
Además de infraestructura y equipamiento, deberían exigirse ciertas condiciones y antecedentes a quien pretenda ser propietario de un establecimiento que ha de producir y/o comercializar drogas. Un código de ética para el propietario sería lo correcto.
No pido que la propiedad vuelva al farmacéutico como era antes de 1990, no es solución. Pero sí que se respete su opinión profesional. Son reiteradas las quejas del director técnico que dice recibir presiones cuando intenta cumplir su función. Si exige la receta, pide comprar solo a proveedores confiables o instruye al personal a su cargo para que cumpla la ley, el dueño contraataca “mire doctor que si no se vende no podré pagarle su sueldo…”. El caso de la farmacéutica que debió renunciar porque ni siquiera la dejaban entrar al local es el colmo de la impunidad de algunos capitalistas.
El máximo responsable de la farmacia es el profesional farmacéutico. Un “experto en medicamentos” que estudia 5 años de universidad; por eso, su opinión y decisiones técnicas deben ser acatadas por el bien de la salud. De poco sirve que esté en el lugar si no se le hará caso.
Urge una política de medicamentos que asegure la cadena de comercialización de fármacos: el laboratorio productor vende a la droguería (las verdaderas, no las truchas) o distribuidora mayorista, y ésta a la farmacia, que es la única que puede venderle al ciudadano. Como el Ministerio de Salud solo tiene facultades para controlar estos establecimientos, deben sacarse los remedios de otros lugares no autorizados.
Debe ratificarse la venta de medicamentos exclusiva en farmacias y prohibir a la farmacia vender cualquier producto que no sea sanitario. Nada tienen que hacer los medicamentos junto a papas fritas, regalos o golosinas. Hay terminar con biblia y calefón!
Urge un sistema nacional de trazabilidad que asegure el origen y permita conocer la ruta que sigue un medicamento desde que se produce hasta que se consume.