#HistoriasDeMujeresSindicalistas Lucía Jurado: «Es muy sufrida la mujer municipal. Hay mucha violencia laboral y de género»

Lucía Jurado es jujeña. Si no lo supiéramos, su hablar suave, tranquilo y su forma de pronunciar las erres delatarían al menos una tonada norteña. Nació en 1957, en el barrio de Alto La Viña de San Salvador de Jujuy. Su madre y su padre se desempeñaban como gastronómicos en un hotel de la zona, a unas 3 cuadras de su casa. «Vengo de una familia muy humilde. Éramos 8 hermanos. Mis padres nos criaron bien, nos dieron todo lo que podían darnos.» Gracias a esos esfuerzos llegó a terminar la primaria y el secundario, hizo cursos relacionados a la hotelería y a la gastronomía que la ayudaron a desarrollarse como trabajadora. 

Se casó con 18 años y la historia tuvo vaivenes que la hicieron sufrir mucho. Su marido la llevó a vivir a Ledesma pero a los pocos años la devolvió con 24 años y dos hijos chiquitos, «como si fuéramos una bolsa de papas que no servía», a la casa de sus padres. «La pasé muy mal pero nunca abandoné a mis hijos. Ahí empecé mi vida.», reconoce. 

La municipalidad

Trabajó limpiando casas un año hasta que en 1982 se abrió un cupo para ingresar a la municipalidad: «No ingresé por política sino por examen, nos tomaban dactilografía, me saqué un siete. Entré y me hicieron jornalizada. Mirá desde qué año viene esto.» Actualmente, su sindicato sigue reclamando para que se termine la precarización laboral en los municipios.

Entró en el área de Parques y Plazas de la municipalidad y a los tres meses la pasaron a Prensa e Imprenta, donde siguió hasta el día de hoy. Al pasar 7 años le hicieron un contrato y a los 14 años el intendente del momento, Jorge David Casas, dejó a Lucía y a todos sus compañeros en planta permantente antes de irse. Sin embargo, el salario no alcanzaba y el padre de sus hijos no colaboraba con los gastos así que tenía que complementar lavando ropa o limpiando casas: «Así salí a flote con mis hijos.»

La vida de Lucía no es una excepción, ella se reconoce entre otras mujeres: «Les han creado miedo a nuestras compañeras. Son muy sumisas las mujeres en el Norte.»

Las mujeres en general no la llevan fácil y las municipales, peor: «Es muy sufrida la mujer municipal. Hay mucha violencia laboral y de género. Yo estoy en la secretaría de la Mujer y DDHH y las mujeres me cuentan cada cosa. A mi casa llego triste porque a veces no las puedo ayudar, la pasan mal con sus hijos. Salen a trabajar a vender helado, cubitos. Muy sacrificada, maltratada. Por cansancio las delegadas les sacan las palabras a las compañeras, no hablan. Yo digo que hay que salir y repudiar. No podemos permitir que nos trapeen. De mí parte, yo no lo voy a permitir. Y les pido a las compañeras que no se callen.»

Pero ella no siempre fue así, también padeció el machismo, especialmente de su marido que ahora falleció pero a quien aún llora: «Fui criada a la antigua. No quería que mis hijos crecieran sin padre.» Pero con el tiempo y las experiencias ya no fue la misma, «Me hice muy atrevida, estoy cambiada. Yo misma me sorprendo, pero ahora me hice más dura y apechugo más la cosa. A mí no me van a venir a pasar el cuarto y las voy a defender a mis compañeras.» 

Los noventa

Lucía forma parte de «los históricos», las y los militantes sindicales que vivieron las luchas más duras del SEOM, encabezadas por Demetrio Vilte, a partir del ’83 y luego con Carlos «el Perro» Santillán durante los años ’90. Estas vivencias marcaron un profundo sentido de pertenencia sindical en las y los trabajadores, en un contexto marcado por un fuerte ajuste del gasto público. Esto no es menor en una provincia en la que el Estado absorbió gran parte de la mano de obra expulsada por las inversiones privadas. 

Al año de ingresar a la municipalidad y con el regreso de la democracia, se afilió al Sindicato de Empleados y Obreros Municipales de Jujuy (SOEM Jujuy) «Me gustaba el tema del gremio, defender a mis compañeros porque había muchas injusticias. Iba a las asambleas a escuchar.»

Lucía recuerda que en esa época los trabajadores eran fuertemente sumisos, al punto que, por ejemplo, si no les daban elementos de limpieza para hacer su trabajo, los llevaban de sus casas, cuando cobraban salarios de hambre.

En 1990, con la llegada del «Perro» Santillán a la secretaría general, ella es electa delegada. En esos agitados años cargaba para todos lados con su hijo menor que todavía era chiquito, fruto de uno de los intentos de reconciliación fallidos con su marido. «Iba con mi changuito a todas partes. Así hacían mis compañeras también, íbamos con los hijos.». 

Ejercer la maternidad siendo mujer sindicalista requiere redes de apoyo, más aún en una época en la que movilizar podía conllevar tener que huir de la represión policial. «Una vez andábamos con los hijos y nos tiraron gases igual. Terminamos corriendo para todos lados, huyendo de los gases con las criaturas. Después de esa vez no lo llevé más, tuve que hablar con una vecina para que me lo cuide, los otros ya eran más grandes.» Y cuando no era la vecina, empezó a pagarle a la madre para que se lo cuide, así ella podía seguir en las movilizaciones. «Así yo podía estar tranquila, sino quedaba en la cabeza, pensando, pensando cómo estarán mis hijos. Sobretodo el más chico, porque los otros dos ya se cuidaban solos.»

«Ganábamos tan poco que íbamos a bancar todos los piquetes. Estuvimos en Tartagal, en Salta, bancando sin comer, sin agua… pero había que estar con los compañeros.», recuerda. «Tengo hasta ahora un chalequito que nos habíamos hecho con lienzo rústico, tengo los cuadernos con las ollas populares que hacíamos en Belgrano. La gente del pueblo, las escuelas, las universidades, nos traían algo para comer, abrigo, pañales. La gente se quedaba porque había meses que no cobrábamos, no teníamos para comer y el pueblo nos ayudaba. Así hicimos renunciar a varios gobernadores porque hacían las cosas muy mal. No se puede no pagarle a la gente.» 

Un año los invitaron de Tucumán a un acto cuando era gobernador Antonio Bussi, condenado por delitos de lesa humanidad como torturas seguidas de muerte y desaparición de personas cometidos antes y durante la última dictadura cívico militar. Ellos se fueron en una camioneta con las banderas y las cañas desde Jujuy. Llegando a Trancas los para la Gendarmería. Eran 5 mujeres y 5 varones, entre ellos estaba el secretario general, el «Perro» Santillán. «Nos llevaron y nos llevaron hasta dejarnos tirados abajo de un puente perdido. Todo violentamente, sin explicarnos qué pasaba. Gracias a Dios nos habíamos comunicado con una periodista para avisarle que ya estábamos llegando y como no llegamos salieron a buscarnos. Dicen que este Bussi hacía desaparecer a la gente. Nosotras pensábamos en nuestros hijos, qué iba a ser de sus vidas sin nos pasaba algo. Cuando me acuerdo por todo lo que pasamos no puedo creer que todavía no podamos estar bien como municipales.»

A ella la salvó tener a sus padres que trabajaban para el sector privado pero quienes dependían exclusivamente del salario municipal llegaron a pasar hasta cuatro meses sin cobrar, con las penurias que eso significa. Pasaron 20 años de estas luchas y pareciera que el mundo giró en un círculo para volver, si no al mismo lugar, a uno muy parecido. 

El 2020 

«El año pasado me fui a Palmasola y hay compañeras que ganan $1.500. Son cocineras de un comedor y cuando queda un poco de comida tienen que rascar la olla para llevarle comida a sus hijos porque no tienen. Tienen que salir al campo a levantar fruta, verdura para poder tener para seguir viviendo. Es tan injusto, en el interior se ve tanta, tanta pobreza, tanta mezquindad de los intendentes porque tienen el dinero pero los hacen padecer. Hacen abuso de poder. El dinero está, Nación le manda al gobernador, el gobernador nos informó que envió el dinero pero los intendentes no sabemos qué hacen con el dinero, porque no tienen un control. O tienen un control a beneficio de ellos. Tienen cooperativas, gente manejada por ellos mismos, como si fueran los dueños del pueblo. A esa gente también les tiran migajas, pero descuidan a los municipales por tomar gente en negro. Esto siempre fue así. Hoy Jujuy es un desastre, no da para más. Por eso estamos preparando un plan de lucha para el 2 de diciembre porque ni a paritarias nos llaman.» 

Esta semana estuvieron en Perico, Palpalá y San Salvador. «Hay gente con 8, 9 años de antigüedad que siguen precarizados. Pedimos que se terminen los contratos de 4 y 6 horas porque ganan muy poquito. En Palpalá hay una persecusión a una compañera delegada por ser del SEOM, la amenazaron y la pusieron a disponibilidad. No nos quieren, no quieren el diálogo tampoco. En Palpalá el intendente Rivarola se patinó la plata de los seguros de vida de compañeros que murieron por Covid-19. Hasta ahora las familias andan deambulando, no saben qué hacer porque esa plata se las han descontado. Este hombre dice que la tiene en una cuenta de él y no les paga los seguros. Todo esto fue a los intendentes. Gracias a esta movida, nos llamaron para charlar el martes. Ahora el 2 de diciembre se lo hacemos al gobernador porque nunca nos llamó a negociar paritarias.»

«Ayer me tocó hacer una asamblea en el cementerio. Los compañeros trabajaron durante la pandemia y apenas les dieron un bono de $1.000 y se habían comprometido a darles $2.000. Hoy en día mil pesos no alcanza más que para un kilo de carne. Nos dieron un montón de quejas los compañeros. Les falta la ropa, no les reconocen las horas trabajadas para descanso o no se las quieren pagar. Hay infinidad de problemas.»

Secretaría de Género y DDHH en la provincia con más femicidios del país

Con todo ese historial personal en la espalda, a Lucía le llegó la oportunidad de estar al frente de una secretaría. El año que viene vence su mandato: «Aunque es muy duro me gustaría seguir apoyando a mis compañeras mientras Dios me de fuerzas.»

Lucía es muy creyente «pero no soy de ir a la Iglesia, cada tanto voy pero no todos los días. Charlo más que nada, tengo un amigo que se llama Dios y me ayuda a desahogarme espiritualmente.» Y requiere mucha fortaleza soportar lo duro de militar como mujer sindical en su provincia. 

Argentina posee una tasa nacional de 0,9 femicidios cada 100 mil mujeres. De acuerdo a la tasa provincial, Jujuy lidera el primer lugar con 2,6 femicidios cada 100 mil mujeres.  En segundo lugar, se encuentra Tucumán con una tasa de 1,9 femicidios cada 100 mil mujeres y en tercer lugar le sigue Salta, con 1,9.

«En Jujuy hay muchos femicidios, ni mujeres, matan nenas, 15 años. Un espanto. Acá vamos a las marchas cada vez que hay. Hacemos charlas porque la violencia empieza cuando son novios, hay chicos que ya son violentos, hermanos, padres. Hay personas que son muy autoritarias.» 

Lucía analiza la foto completa, porque la provincia está atravesada también por vínculos violentos en general: «Tuvimos casos de mujeres muy violentas también, hace poco una chica mató al marido, también violencia contra los hijos. Hay hombres muy introvertidos, pero esto no tiene que ser así, hay que hablar.». La opresión tiene múltiples caras y orígenes que se prestan para un análisis que excede esta entrevista. 

Con respecto a las mujeres de ahora, Lucía ve algunos cambios pero moderados: «Entre las nuevas generaciones de mujeres veo que hay chicas que enfrentan pero hay otras muy introvertidas. Me gustaría que no se dejen amedrentar, que no se dejen manejar por ciertas personas. Nosotras somos fuertes, muy fuertes. Merecemos respeto como trabajadoras, tenemos que hacer valer nuestra capacidad. Ser una laburante ya significa un montón de cosas.»

Piensa por ejemplo en mujeres de su generación: «Fuimos criadas a la antigua, algunas aguantan los golpes porque piensan que su familia las van a repudiar por no tener marido pero no les tiene que importar eso porque las que soportan la violencia son ellas. Pesa mucho el ‘qué dirán’, pero ya pasó eso, hay que hacerse valer como mujer. Tenés tus hijos pero los hijos son como pajaritos, vuelan y vos quedás sola. Querete vos.», recomienda desde la experiencia. «Yo le digo a los jóvenes ‘Yo aprendo de ustedes, capaz algo de mí van a aprender.'»

«Para el 20 de diciembre estamos preparando otra charla sobre violencia contra las mujeres. Tenemos la ayuda de psicólogas, trabajadoras sociales. Siempre le pido a Dios que me de fuerza para ayudar a los compañeros, a las compañeras. Ahora nos tenemos que preparar para el 2 de diciembre, tal vez nos lleven presos, pero no importa. Estamos luchando por una cosa justa, no podemos cobrar miserias.», cierra con la mira en la próxima aventura.