(Por Jorge Duarte @ludistas) La CGT selló el 11 de noviembre su nueva conducción en medio de tensiones internas. La duda, desde el inicio, se planteó en cuánto tardarían en cristalizarse las diferencias. A poco más de dos meses, aquella unidad de Parque Norte ya derivó en el funcionamiento de 2 CGTs bajo un mismo techo.
«Y ya lo ve. Y ya lo ve. Hay una sola CGT», se cantó tímidamente el 11 de noviembre, ya bien entrada la tarde, en el recinto de Parque Norte. Fue el lugar que albergó el Congreso Ordinario de renovación de autoridades de la central obrera y el espacio en el que se terminó de cocinar la nueva Comisión Directiva.
En la foto de aquella jornada había una ausencia notable: Pablo Moyano, uno de los triunviros. Era toda una señal. El camionero alegó un estado febril para no apersonarse a la rosca final y mantuvo por videollamada las negociaciones hasta pasado el mediodía. En varios momentos la situación se tensó hasta el punto de amagar con retirar a la tropa y quebrar vínculo. Ese comienzo, traumático, era toda una señal.
La unidad cegetista tenía, en la práctica, el compromiso de un piso compartido (el de Azopardo 802). Además, planteó formalmente un programa del que nadie tenía gran conocimiento, ni se había construido a través de un real consenso. casi un formalismo.
«¿Cuánto puede durar esta vez?», era la pregunta recurrente entre los congresales de los diferentes espacios. La experiencia frustrada de 2016 todavía estaba fresca. En algunos casos sin sanar aún. La experiencia anterior, de principios de Siglo XXI, también había derivado en un fracaso mayúsculo. ¿Por qué ahora funcionaría el triunvirato?
A poco más de 60 días de aquel cónclave, se impone una certeza: hay dos CGT. Agendas, perfiles, intereses, reuniones, negociaciones, vínculos políticos y dinámicas distintas. Pablo Moyano por su lado. Héctor Daer y Carlos Acuña (en menor medida) por el suyo. La articulación entre ambos sectores es casi nula. Y se nota. Queda expuesta sistemáticamente. No hace falta ser muy perspicaz para notarlo.
El último episodio que lo evidencia es el de la convocatoria a marchar el #1F para cuestionar el funcionamiento del Poder Judicial en general y de la Corte Suprema de Justicia en particular. Moyano y el Frente Sindical se convirtieron en un puntal de la movilización. Daer y el resto le sacaron el cuerpo. Incluso algunos la cuestionaron abiertamente y en público.
«La CGT debería participar, algunos no han tenido inconvenientes porque siempre han sumisos», disparó Hugo Moyano en su última aparición en los medios de comunicación. El dardo dio en el blanco. Aún en medio de una relación que no es la mejor con Pablo, el camionero volvió a meter el dedo en la llaga. La referencia cuestiona el rol de algunos de los dirigentes cegetistas que mantenían reuniones secretas con Mauricio Macri en momentos en los que la tensión con una porción del movimiento obrera era extrema.
Las diferencias entre ambos espacios no son nuevas y son evidentes. La unidad de noviembre se tejió con una certeza: se necesitaban mutuamente porque mientras estuvieron divididos ambos sectores se convirtieron en actores de reparto del peronismo. No lograron centralidad, ni densidad, ni volumen para ubicarse en roles claves que los ubique en el corazón del armado político. Sin embargo eso no se solucionó mágicamente por haber optado por convivir en un edificio compartido.
La convivencia de estos dos meses es más bien distante a nula. Al principio los triunviros se esforzaron por mostrarse juntos para disipar cualquier rumor. Después ni eso. En la práctica funcionan como espacios independientes. La incógnita sólo pasa por saber cuánto tardará eso en cristalizarse en el plano institucional. Mientras tanto algunos se sienten más cómodos repitiendo que la unidad es lo más importante.