Ayer la CGT Azopardo reunió su Consejo Directivo con el fin de discutir, entre otras cosas, la posibilidad de plegarse al paro de transporte de 24 horas que lanzaron más de 25 gremios de esa actividad para el 31 de marzo. Lo realmente novedoso no es que se postergó la decisión final. El dato distintivo es que por primera vez desde que el kirchnerismo está en el poder que Hugo Moyano no es el hombre fuerte del mundo sindical, sino que es un actor secundario en una película que protagonizan otros y que hasta hace poco solía tenerlo como personaje principal.
El retorno del gremialismo a los primeros planos en la posconvertibilidad lo tuvo siempre a Moyano como hombre clave. Clave por ser el designado por Néstor Kirchner en su momento para encolumnar la CGT. Clave por el poder de fuego que arrastraba de otros tiempos y que había sobrevivido a los duros períodos de flexibilidad. Clave por el manejo de recursos (que el Gobierno Nacional amplió y potenció). Y clave por ser un dirigente sindical con mirada política que aspiraba a tener un rol protagónico en el mundo partidario que, en su momento, lo llevó a la Presidencia del PJ bonaerense.
Esa sumatoria de roles, ansias y poder colisionó en 2012 con el padre del Frankestein que trató de ponerle límites a las aspiraciones y al vuelo que había tomado. La falta de acuerdos programáticos en 2012 produjo la ruptura en la alianza estratégica que habían conseguido el kirchnerismo y Moyano, y que hasta ahí le había servido a ambos. Al Gobierno le había proporcionado una estructura potente que lo respaldó tras una llegada a la Rosada con apenas el 22% de los votos y un manejo con mano de hierro del movimiento obrero. Y para Moyano había sido la plataforma de lanzamiento de su figura que hasta se animaba a trascender al mundo de la política de la mano de la abundancia de recursos que manejaba.
Desde que se produjo el divorcio se habló de la fragmentación del poder sindical que hasta entonces estaba en manos del camionero. Una nueva central integrada por gremios poderosos y conducida por la histórica (y emblemática para un país que habla de reindustrialización) Unión Obrera Metalúrgica (UOM) buscó minar la capacidad de daño de Moyano, que se atrincheró en Azopardo y desde allí trató de sostener la pelea golpeando, mientras se balanceaba contra las cuerdas. Sin embargo, la maniobra no pareció ser muy exitosa y, a pesar de los distintos embates, Moyano mantuvo una parte importante de la iniciativa sindical hasta el año pasado, aún teniendo que reconvertirse y acudir, pragmatismo mediante, a un espectro heterogéneo de socios. Desde Barrionuevo hasta sectores de izquierda, pasando por Micheli, compartieron medidas de fuerza con Azopardo.
Lo que no esperaban, ni en Azopardo ni desde el Gobierno Nacional, es que la fragmentación haga disparar la conflictividad sindical a niveles altísimos, que no pudieran contener los reclamos en paritarias y que, además, potenciara un núcleo de dirigentes que, equidistantemente de ambos, le ganen la iniciativa y les marquen la cancha. Un tercero en discordia (terceros para ser más precisos) que trata de aprovechar las debilidades de ambos para tejer su propia historia y ahora los condiciona.
El retorno de la UTA a los primeros planos gremiales, luego de haber prácticamente desaparecido de la vida pública, y el nuevo perfil de La Fraternidad, como cabeza de un grupo importante de trabajadores bien remunerados que tiene el epicentro de sus reclamos en el pago de Ganancias, logró articular un nuevo polo de poder. Este tándem Fernández-Maturano, que entendió que entre tanta dispersión la salida era recostarse en un armado transversal que aúne voluntades, dejó en segundo plano tanto al armado moyanista como a la estructura sindical del kirchnerismo. Una salida inesperada que reconfigura el tablero sindical y desorienta a propios y extraños.
Entre la estrategia de confrontación de Azopardo y la estrategia dialoguista de Caló, la nueva unión de transportistas golpea y negocia. Pega y acuerda. No busca una coalición multisectorial, no trata de sumar a la CTA (a la que detesta), ni cae en la utilización de herramientas que siempre denostó, como los piquetes. Simplemente se refugia en la capacidad de detener la actividad pública por medio de la paralización de los medios de transportes, una fortaleza temible. Con perfil cegetista clásico Maturano y Fernández se posicionan para liderar una nueva etapa de la CGT en lo que consideran será el surgimiento de un nuevo liderazgo político.
La contienda entre Moyano y el Gobierno Nacional finalmente abrió una caja de Pandora. Los males liberados terminaron por debilitarlos a ambos, quitarles una porción importante de protagonismo y hasta potencian referentes que amenazan con liderar la central sindical de cara a la tan mentada reunificación de la CGT. Fin de ciclo.