(Por Pablo Cano) “Convoco a la recuperación de la alianza policlasista entre los trabajadores, la clase media y los empresarios nacionales…”, esto enunciaba Néstor Kirchner en uno de los puntos altos de ese año que puede recordarse cómo el de la primavera kirchnerista.
Estamos en el 2010 y entre la recuperación de la economía de ese año (9,2%), el festejo del bicentenario y la muerte inesperada de Kirchner a fines de octubre hubo 2 actos puntuales que explicaban la estructura de la fuerza política que imaginaba el ex presidente.
Ambos en el luna park: el primero con la Juventud Sindical Peronista -dónde Néstor pronuncia su visión de sostén del proyecto popular- y el segundo, el realizado en el mismo lugar con las juventudes políticas del kichnerismo, dónde la centralidad la tenía La Cámpora y en el que habló CFK dado que Kirchner apenas se recuperaba de una internación que había padecido semanas previas a aquel 14 de septiembre.
Pues bien, rompiendo el status quo que la caracteriza, la conducción del movimiento obrero empieza a poblarse de muchos de aquellos que estuvieron presentes en los actos mencionados y, si se mira el fenómeno de cerca, no debería ser una sorpresa lo que sucede.
El kichnerismo irrumpe con identidad propia en varias peleas que disputan el sentido común imperante post crisis del 2001 y, entre la disputa por la 125 y la discusión por la ley de medios, aglutina una masa crítica que impacta de lleno en un universo etario que iba de los adolescentes a los de 30 y pico que habían fraguado una identidad peronista en los finales de la década menemista.
Con la desaparición física de Néstor, a Cristina le queda acumulada en lo emocional y en lo político una referencia generacional ineludible para muchos de los que estaban haciendo sus primeros pasos en la política por aquel entonces. Y, a diferencia del hervor que proyectó, muchos cuadros de esa generación en el segundo mandato de CFK e incluso en la presente gestión, aquellos que realizaban su camino dentro del mundo sindical, debieron esperar otros tiempos y acostumbrarse a disputar espacios mucho más reducidos de la amplitud que tiene un gobierno.
Quizás por ello la aparición de esta genética kichnerista en los actores del movimiento obrero fue emergiendo de manera secuencial y viene acelerándose en los últimos años sacudidos por otro hecho formativo, el repliegue que vivieron los trabajadores y sus organizaciones durante el macrismo.
Los nombres propios que uno puede citar con responsabilidades gremiales y políticas de importancia ya superan los 2 o 3 y -lo más importante- no son pocos los dirigentes gremiales que se reivindican kichneristas que vienen ganando espacio desde las bases desbancando otras conducciones peronistas más “tradicionales” como sucedió con Adrián Pérez en la UOM de Quilmes y Nahuel Chancel en los Petroleros de Ensenada.
La existencia de cuadros kichneristas que ganan legitimidad en las conducciones de sus sindicatos revelan algo mucho más profundo que es que -aún en el estrechamiento de la militancia- el kichnerismo logra un activo profundamente arraigado en los trabajadores organizados.
Del mismo modo, existen en segundas y terceras líneas de varios sindicatos “grandes” (comercio, salud, upcn, etc) dirigentes sub 50 afianzados en sus gremios que ya están sosteniendo una sorda disputa con las conducciones y vienen acumulando una masa crítica que -más allá del rol que ocupen- permiten afirmar que el kichnerismo es el prisma sobre el cual se construye la visión del rol del movimiento obrero en la articulación con la política.
La llegada de Abel Furlán a la conducción de la UOM viene parida por los movimientos descritos, de la misma forma que no es casual la elección de Máximo Kirchner de usar un quincho sindical -el de SECASFPI- para ordenar su tropa luego de la renuncia a la jefatura del bloque del FdT en diputados.
El horizonte para los trabajadores viene cruzado por la inflación, la pérdida del poder adquisitivo y el reflujo de sectores que encuentran en el ordenamiento laboral y el peso de los sindicatos uno de los factores de atraso de la Argentina. Le toca a la política valorar lo que ha florecido incluso en la orfandad en la que más de una vez ha dejado a los militantes sindicales. Y le toca a éstos hacer carne -ya desde los lugares conquistados- del viejo apotegma que indica que no hay solución gremial si no hay solución política