Estos datos forman parte del trabajo «8M: la autonomía económica de las mujeres va más allá del mercado laboral» del Programa de Protección Social de CIPPEC, que ahonda sobre los desafíos pendientes en materia de derechos de las mujeres, particularmente en el goce de su autonomía económica.
El trabajo señala que la inserción laboral empodera a las mujeres cuando es producto de decisiones libres, se da en condiciones decentes y con una redistribución de las responsabilidades sociales de cuidado que involucre en mayor medida a los varones y al Estado.
«En los sectores más pobres, donde la participación laboral de las mujeres es más baja, ellas son con mayor frecuencia quienes realizan el mayor aporte de recursos al hogar. En cambio, en los hogares más ricos, la brecha en la participación entre varones y mujeres es casi nula pero sí existe una diferencia de ingresos que favorece en mayor medida a los varones. Así, se evidencian las diversas desigualdades y vulnerabilidades que enfrentan las mujeres en los distintos niveles socioeconómicos», sostiene el trabajo, elaborado por José Florito, Florencia Caro Sachetti y Alejandro Biondi, coordinadores del Programa de Protección Social de CIPPEC.
El Principal Sostén del Hogar se identifica como el mayor proveedor económico. Este concepto se diferencia de la «jefatura de hogar», que normalmente refiere a la persona que toma las decisiones y es una condición que se atribuye con mayor frecuencia a los varones.
Los hogares monomarentales de los sectores más vulnerables son los que más seriamente manifiestan la tensión que implica conciliar la generación de ingresos y el trabajo reproductivo, ante los déficits en la oferta de políticas de cuidados adecuadas.
«De la totalidad de hogares con hijos/as encabezados por mujeres que declararon enfrentar dificultades para conciliar el cuidado de esas niñas y niños, casi tres de cada cuatro son hogares monomarentales, con o sin familia extendida. En cambio, cuando el principal sostén económico es un varón, la inmensa mayoría de hogares con dificultades para conciliar el cuidado tienen a ambos progenitores», revela el trabajo.
Estas cifras muestran que el descenso de la proporción de los hogares tradicionales «mamá, papá e hijas/os» en Argentina en los últimos 30 años no converge por clase ni por género. En 1986, casi una de cada dos familias estaba conformada por madre, padre e hijos/as; en 2018, la proporción de estas «familias nucleares» cayó a menos del 35% del total. «Mientras entre las familias de mayores ingresos todavía es más frecuente encontrar hogares de este tipo encabezados por varones, al igual que hogares unipersonales compuestos por una sola persona mayor, en el caso de las familias más vulnerables el hogar promedio es muy diferente. Está encabezado por una mujer, que se enfrenta mayoritariamente sola y en condiciones de precariedad a la doble carga de la generación de ingresos y del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, lo que pone en jaque sus derechos y autonomía».
«Esta realidad señala la urgencia de generar un Sistema Integral y Federal de Cuidados que garantice el derecho de todas las personas a cuidar y ser cuidadas. Para hacerlo, se deben reformar políticas existentes e implementar iniciativas nuevas, incluyendo el reconocimiento del trabajo de cuidado, su redistribución mediante una reforma del régimen de licencias, la reducción de la carga de cuidado mediante la ampliación de servicios públicos de cuidado de calidad y la representación y recompensa adecuada de las y los trabajadoras/es del cuidado. En el diseño del Sistema, es crítico dar cuenta y priorizar la situación actual de los hogares más vulnerables, liderados por mujeres», finaliza el estudio.