Por Alejandro Ulloa*
27 de abril de 1979
Aquel jueves se realizó un extraordinario acto de resistencia y coraje que se venía planeando desde la desaparición de Oscar Smith (Luz y Fuerza). De la huelga participaron fábricas de Buenos Aires, La Plata, Córdoba y Rosario, y también pararon transportes, bancos y muchos estatales, que venían sufriendo despidos masivos por efectos de la “racionalización”. Lugares donde se habían llevado a desaparecer comisiones internas, como Propulsora, Chrysler, Mercedes Benz, Águila Saint, Peugeot, Citroën, La Cantábrica, se paralizaron. Pararon los ramales ferroviarios del Roca, el Mitre y el Sarmiento. Miles de clavos “miguelito” sembraron las avenidas por donde circulaban los colectivos.
Fue la primera huelga general contra la dictadura militar. En su proclama estaba la protesta por la devaluación galopante, la inflación, el cierre de establecimientos fabriles y el estallido de la desocupación. Era la síntesis de centenares de conflictos de trabajadores contra patrones y milicos. La pirámide social argentina veía perder su movilidad social y las clases medias y bajas comenzaban a fundirse bajo el rótulo de “pobres”.
La CGT oficial con oficinas en la calle Azopardo esquina Independencia servía de refugio a la dialoguista Comisión Nacional del Trabajo (CNT), con Armando Cavalieri (comercio), Ramón Baldassini (correos) y Jorge Triaca (plásticos) entre otros. Los sindicatos más importantes estaban intervenidos y varios de sus dirigentes estaban desaparecidos como Jorge Di Pasquale (farmacia).
La llamada «Comisión Nacional de los 25» convocó el 21 de abril a una jornada de protesta nacional. Los dirigentes fueron perseguidos. La segunda línea armó rápidamente un comité que ratificó la huelga el día 24. Ese sector del sindicalismo era dueño de la credibilidad en sus bases desde la semiclandestinidad. La Junta Militar presidida por Jorge Rafael Videla anhelaba su liquidación de los lugares de trabajo.
El 23 fueron encarcelados y el 24 trasladados al presidio de la Avenida Caseros varios dirigentes: Saúl Ubaldini (cerveceros), Roberto García (taxistas), Carlos Cabrera (mineros), Gerónimo Izzeta (municipales), Fernando Donaires (papeleros), Raúl Crespo (petroleros), Roberto Digón (tabaco), Rodolfo Soberano (molineros), Raúl Ravitti (ferroviarios), José Rodríguez (mecánicos), Enrique Micó (vestido), Jorge Luján (vidrio), Demetrio Lorenzo (alimentación), Natividad Serpa (Obras Sanitarias), Delmidio Moret (Luz y Fuerza), Víctor Marchese (calzado), Alberto Campos (UOM), Benjamín Caetani (aceiteros) y José Luis Castillo (conductores navales).
Digón, Ravitti, Castillo, Lorenzo, Micó y Lorenzo quedaron prisioneros por varios meses porque asumieron la responsabilidad legal de la protesta.
La jornada del 27 arrojó varios heridos por la represión a piquetes de huelguistas por parte de las fuerzas del “orden”. Hubo duros enfrentamientos con quienes desobedecían la manda en cada gremio. No hubo un acatamiento total pero fue un éxito pese a estar prohibida y perseguida la actividad gremial. Comenzaba a caer la dictadura. Tres años más tarde, el 30 de marzo de 1982, el movimiento obrero le daba el tiro de gracia con la movilización general que antecedió a la Guerra de Malvinas.
1º de Mayo de 1889
La noble Order of the Knights of Labor (Caballeros de la Orden del Trabajo) fue una organización laboral semiclandestina (para evitar las represalias de las patronales) que había logrado en 1886 imponerle al gobierno norteamericano una ley aceptando la jornada de trabajo de 8 horas diarias. Los empleadores sostuvieron que era lo mismo que “pedir que se pague un salario sin cumplir ninguna tarea». La burguesía en su conjunto se negó a aceptar la medida y en la ciudad industrial de Chicago comenzó una huelga general el 1º de Mayo, tras una multitudinaria manifestación de 80.000 trabajadores. Unas 5.000 huelgas simultáneas en todo el país respaldaron el reclamo. Parecía ser, a juicio de la reacción, el inicio de una revolución anarquista. En la fábrica McCormick de Chicago la policía disparó contra los manifestantes que reivindicaban la conquista y asesinó a un obrero. En nuevos ataques murieron más trabajadores, hasta que al cuarto día de la confrontación estalló una bomba entre las fuerzas policiales que avanzaban a reprimir una manifestación en Haymarket Square. Se detuvo a militantes al azar y 31 trabajadores anarquistas fueron procesados y todos condenados sin pruebas por la justicia burguesa clasista de los EE.UU. Dos a cadena perpetua, uno a 15 años de trabajos forzados y cinco fueron condenados a morir en la horca. El 1° de mayo se convirtió en el Día Internacional de los Trabajadores en recuerdo y honor de aquellos “Mártires de Chicago”. Fue ejecutado el dirigente sindical del movimiento, el periodista norteamericano Albert Parsons, quien probó que no había estado en el lugar, pero se entregó en solidaridad con los detenidos y fue juzgado. También fueron a la horca el tipógrafo George Engel, los periodistas Adolf Fischer y August Spies, y el carpintero Louis Lingg, de 22 años, quien se suicidó en su propia celda reivindicando a la anarquía.
De pie junto a los esenciales
El 1º de Mayo estemos de pie junto a los trabajadores y trabajadoras de la atención y cuidado sanitarios, y de todos aquellos sectores de primera línea cuyo trabajo es esencial para salvar vidas, prestar servicios y distribuir productos vitales.
Centenares de miles de personas fallecieron y muchas más sufrirán efectos duraderos sobre su salud. Se perderán millones de empleos y millones de personas corren el riesgo caerán en la pobreza. La desigualdad se ahondará cada vez más. Dos tercios de la población mundial cuya protección social es nula se enfrentan a la miseria y el hambre.
La pandemia ha expuesto al rojo vivo las fallas del modelo de globalización impuesto a quienes trabajan. Con las piras funerarias de la India como paradigma, hay que levantar la voz. Los sistemas de salud pública se han visto degradados, y la erosión de los derechos laborales perdidos han dejado a millones de trabajadores desprotegidos. Las mujeres, los migrantes, las minorías étnicas, sexuales y otras personas víctimas de discriminación padecen una carga particularmente pesada.
Debe primar la solidaridad como alma de los sindicatos. Los trabajadores deben exigir un futuro con vacunas de patente liberada. Asegurar los salarios y el apoyo a los ingresos para su población. Condenamos a gobiernos y sectores políticos negacionistas que eluden la realidad de la pandemia.
Existen depredadores empresariales que buscan beneficiarse de la crisis. Exigimos el respeto a los derechos de los trabajadores/as que son cuestionados por la extrema derecha, a fin de evitar que esa ideología capitalice esta crisis y ataquen la democracia y los derechos humanos de las personas.
Conclusión: La inversión decisiva en atención y salud pública para garantizar el acceso para todos, y el respeto de los derechos de todos los trabajadores/as, debe situarse en el centro de la recuperación, la reconstrucción y la resiliencia.