«Eso es más noticia que la pandemia», contestó un conocedor del mundo gremial cuando se enteró de boca (whatsapp para ser más preciso) de este cronista del retiro de Jorge Omar Viviani. El líder de los tacheros 37 años después acababa de confirmarle al resto de la comisión directiva del sindicato que dejaba el cargo, en medio de una tormenta perfecta: caída estrepitosa de los viajes, avance imparable de las aplicaciones y una conducción resquebrajada.
Los opositores al «Tano» ponen el foco, concretamente, en un subterráneo pacto que tendría con Horacio Rodríguez Larreta por el cual aspiraría subsidios para la «escuelita», como se denomina en la jerga al centro de capacitación y profesionalización que poseen los taxistas, a cambio de manejar con guantes de seda las protestas contra la desregulación de la actividad en territorio porteño.
Mientras busca una salida por «consenso» con su adjunto, opositor y ahora heredero, Jorge Luis García, y hasta se explora la idea de mantener una especie de cogobierno por los próximos 6 años, la situación de crack financiero es terminal. La Federación, los sanatorios y los hoteles del gremio están al borde del colapso. Aunque, vale decirlo, no es muy distinto a lo que ocurre el otras organizaciones, muchas de las cuales pidieron integrarse al programa ATP para pagar parte de los salarios.
Tan profunda es la crisis que obligó hasta al mismísimo Luis Barrionuevo a salir a patear. El líder de los gastronómicos, una de las actividades más golpeadas por la pandemia, se sacó el óxido y retomó las protestas callejeras, luego de algunos años en los que fue más bien esquivo a mostrarse al aire libre. Encabezó una movilización con empresarios y las malas lenguas pusieron el foco en su doble rol de sindicalista y empresario del sector. Más allá del sushigate de «Bandeja», las proyecciones son lapidarias. Estiman que la mitad de las firmas bajarán las persianas definitivamente ante la extensión de las restricciones que impone el Covid-19
Todos juntos pero separados
Fue el propio Alberto Fernández el que convocó esta semana al movimiento obrero a pulir diferencias. «Ojalá podamos lograr la unidad de los que trabajan», se escuchó de boca del Presidente en lo que fue la apertura de un plenario de la rama ceteísta que comanda Hugo Yasky. El mensaje fue seguido por un anuncio en el que reunió al propio Yasky y a Héctor Daer. Más allá de las intenciones de La Rosada hoy el panorama muestra que las diferencias están más lejos que antes de saldarse.
Mientras la cúpula de la CGT sigue postergando indefinidamente, con gaste incluido, la decisión de aceptar o rechazar la reincorporación de la CTA de los Trabajadores a sus filas, recalienta la guerra fría con el moyanismo y la Corriente Federal. Y hasta abre frentes de disputa con la política por el documento que redactó y firmó (¿redactó y firmó?) tras su videoconferencia con la AEA.
Tampoco la relación entre el moyanismo y la Corriente pasa su mejor momento. Luego del desgaste que se generó en el armado de listas cuando el bancario Sergio Palazzo le ganó la pulseada por los lugares al camionero, nunca más funcionó aceitadamente el Frente Sindical para el Modelo Nacional. Ese sello, que habían creado en el tramo final de la gestión de Cambiemos para reunir a todo el arco sindical opositor y que sirvió para impulsar un paro general, quedó en desuso. A pesar de que en el último tiempo hubo intentos de revivirlo todavía están lejos de una nueva normalidad allí. Es un secreto a voces que se necesitan mutuamente si quieren tener alguna posibilidad de competir con los Gordos y los Independientes.
De fondo, el moyanismo, la Corriente y la cúpula de la CGT debaten la conducción futura de Azopardo. Vale recordar que de no haber sido azotados por la pandemia ya estaríamos en las puertas del Congreso de renovación de autoridades. En esa pelea está en juego no sólo su conformación, el liderazgo y el perfil de la central obrera, sino fundamentalmente la hegemonía de la interlocución con el Gobierno Nacional.
Dos mosqueteros albertistas en apuros
Si hay un espacio en el que Alberto tiene cuchara propia es el ámbito laboral. No sólo por la relación estrecha que ostenta con Daer sino por la presencia de Claudio Moroni en el área. Ambas espadas, más el impulso que le da el recelo de la mesa chica de la CGT a la figura de Cristina Fernández, conforman un caldo de cultivo propicio para la construcción del tan promocionado albertismo. Por ello no fue casual que el líder de Sanidad haya sido uno de los 25 invitados al lanzamiento de la mesa de dirigentes que reivindican el liderazgo político del Presidente.
Los dos mosqueteros de Alberto están lejos de dejar conformes al kirchnerismo. De hecho el propio Máximo Kirchner ya le dedicó distintos pasajes de sus intervenciones en diputados a ambos. Es la expresión política de una crítica que tiene raigambre en el mundo sindical. La Corriente Federal, que ya pidió un plenario de secretarios generales en la CGT para marcarle la cancha a Daer, también aprovecha cada micrófono para criticar el accionar del Ministerio de Trabajo. Otro que suele apuntar al funcionario es Héctor Recalde. El laboralista, referencia ineludible en materia de derecho laboral del kirchnerismo, suele lanzarle dardos desde sus redes sociales a cada definición de Trabajo.
Esas rispideces supieron alimentar los rumores de salida de Moroni que fueron titular de portales y que circulan por los pasillos de los sindicatos desde hace varias semanas. El respaldo de los Gordos (con los hermanos Daer como estandarte) parece ser un capital importante con el que cuenta el ministro ante una eventual renovación del gabinete para relanzar la gestión en la pospandemia. El plan b podría ser un recambio de segundas líneas que tienda puentes con los que hoy están más lejanos. En definitiva es con Todes.