Uno de los propósitos de la tan mentada «Revolución de los Aviones» que promovía Guillermo Dietrich, como vocero en el sector de Transporte de la gestión de Mauricio Macri, era avanzar en la desregulación total de la actividad. Ir a un esquema de extrema libertad de mercado en el que las empresas compitieran sin otro fin que el de buscar rentabilidad. No se tomaba en cuenta el rol social ni estratégico de la línea aérea de bandera, ni las ventajas adicionales de la conectividad, ni tampoco las necesidades de las comunidades sobre las que pesa el hecho de no ser destinos apetecibles en términos económicos.
Para ese plan, ambicioso, que contaba con las low cost como punta de lanza, se imponía la vulneración de la legislación laboral y fundamentalmente la flexibilización de las condiciones de empleo y salario. En ese plano la fractura de la resistencia gremial era un punto clave.
Si bien en el sector aeronáutico hay una fuerte dispersión sindical, debido a que al menos 7 gremios representan las diferentes tareas que abarca la actividad, el modelo de sindicato por rama era un obstáculo claro. Imponía igualdad de condiciones salariales en todas las compañías y un piso de derechos laborales (más alto que la media de la región) con el que los empresarios estaban dispuestos a confrontar, robustecidos por el empuje oficial.
Por ello avanzaron en contrataciones bajo otro encuadre para pagar menos salarios, subsidios encubiertos con fondos provinciales y diferentes estrategias para evadir sus obligaciones como empleadores. Claro que para ello contaban con el guiño del ejecutivo de turno que los alentaba y que evadía su responsabilidad de contralor. Lo veían como una especie de antesala de la reforma laboral con la que soñaban desde La Rosada.
El último eslabón de esa cadena era la creación de gremios por empresa, los denominados «gremios amarillos». Se lanzaban y velozmente el Ministerio de Trabajo primero y la degradada Secretaría de Trabajo después los anotaba en el registro de asociaciones sindicales. A medida. Eficientes.
Así nacieron, una tras otra, la Asociación Sindical de Trabajadores de Jetsmart, UNEN (Unión de Empleados de Norwegian) y la Asociación Sindical de Trabajadores de Flybondi. Además se robusteció la Unión Pilotos Aviadores de LATAM, cuyo referente, Fernán Aras, ayer hizo las veces de vocero de la línea aérea. «Cuando vos desde algún sindicato promovés que sea muy alto el costo del empleado, que sea poco eficiente, son distintas cosas que habría que cambiar«, dijo Aras en declaraciones a Radio Con Vos. Luego reforzó esos conceptos en un raid mediático.
«Es muy difícil exigirle a la empresa continuidad porque no hay actividad. Esto es lo mismo que si vos tenés un kiosko y durante tres meses no podés vender», justificó en una comparación tan forzada que sorprendió hasta al entrevistador. «Nosotros ofrecíamos reducir nuestros salarios. Los gremios no lo permitieron», cuestionó.
El auge, y ahora la caída, de los gremios amarillos muestran uno de los principales motivos encubiertos de quienes impulsan el modelo de sindicalización por empresa. El sesgo patronal al que terminan siendo permeables sus dirigentes y sus cuerpos de delegados. Tan cercanos a los gerentes, que a veces parecen los gerentes mismos.
Por supuesto que además los empresarios persiguen otros objetivos que no se soslayan: la flexibilización de las condiciones de trabajo, la dispersión salarial para imponer la relación de fuerzas y el quiebre de los convenios colectivos de trabajo. Pero eso quedará para otra oportunidad.