Una década continuada de paritarias, de aumento de la afiliación sindical y del padrón de las obras sociales, de recuperación patrimonial de las seccionales, de apertura y refacción de hoteles y colonias de vacaciones, y de negociación colectiva que multiplicó su alcance llegando a más de 1500 convenios anuales homologados por el Ministerio de Trabajo, no le ha alcanzado al Movimiento Obrero para consolidarse como bastión de poder unificado que le permita un lugar en la mesa chica de la política. Para explicar estas carencias algunos analistas se remontan al derrotero de la CGT desde que Perón la subordinó a la conducción política, mientras que otros prefieren priorizar en su análisis condiciones propias de la etapa y de las capacidades de los dirigentes.
En el actual marco de divisiones la CGT conducida por Antonio Caló, la más cercana al Gobierno nacional, se pondera el apoyo indiscutido a la conducción de Cristina, aunque sin articulación política. Los pequeños bloques sindicales que conviven en la central, unidos por magros filamentos, tienden a no gastar sus cartuchos en la cancha de la política. Esta falta de perspectiva deja, en muchas ocasiones, al Secretario General con un discurso acotado a lo gremial sin poder ofrecer un panorama integral de los problemas del país. Este hecho le valió el reto público de Cristina la semana pasada cuando Caló afirmó que los trabajadores no llegan a comer, mientras que el gobierno libraba una lucha solitaria para controlar los precios de los supermercados. No obstante, el Ejecutivo reconoce lealtad en el líder metalúrgico y la carga simbólica de conducir un gremio industrial que experimentó el aumento de su base en más de 200.000 trabajadores en los últimos diez años.
Por el lado de las dos CGT minoritarias, la de Luis Barrionuevo y la de Hugo Moyano, optaron por tomar el camino de la confrontación con el Gobierno Nacional para encontrar un lugar de visibilidad en el campo de la política. Con claros mensajes al arco opositor, dieron cuenta que ellos están a la expectativa de un nuevo liderazgo que les asegure una porción de poder. A pesar de sus gestos, la última “cumbre de Mar del Plata” demostró que sus aspiraciones políticas deberán esperar. Scioli, De la Sota, Macri y Massa olfatearon que no era el momento de pisar la engorrosa arena marplatense junto a Moyano y Barrionuevo. La evasiva parece indicar que por el momento sólo podrán contentarse con que los “presidenciables” no manoseen el statu quo del modelo sindical.
Ambos sectores de la dirigencia sindical funcionan con el manual del sindicalismo clásico, solo que son tributarios a diferentes proyectos de país. Lo que queda claro es que la incorporación de 6 millones de trabajadores al mercado laboral que se produjo en los últimos diez años debería tener un correlato en mayor cantidad de emergentes obreros en las filas de la política. Lo que está en discusión es si lo podrán hacer desde la militancia gremial o en qué proyecto político nacional se referenciarán en función de mejorar la defensa de sus intereses sindicales.
Una renovada Argentina, con virtual pleno empleo, que consolidó el poder sindical, no encontró en los millones de trabajadores que se incorporaron al mercado laboral los actores que protagonicen una nueva etapa. El modelo sindical de la CTA parece haber quedado anclado en la realidad de los 90´s, y el de la CGT mantiene conducciones impermeables a las renovaciones. En ninguno de los dos casos se abrieron espacios que estuvieran a la altura de la crisis institucional y los reclamos post 2001. El traspaso generacional, que se postergó en estos años en materia gremial, es una deuda pendiente que debe ser saldada.