(Por Jorge Duarte @ludistas / Fotografía Ariel Gaspardi) La lista de unidad se terminó de tejer cerca del mediodía, horas después de comenzado el Congreso. Rosca interminable, amague de ruptura, llamados de la política, revoleo de cargos, traiciones y consolidación del triunvirato. La trastienda que gestó la nueva conducción.
Como sucedió pocas veces en la historia reciente, el Congreso de renovación de autoridades de la CGT comenzó sin que haya acuerdo entre los diferentes espacios que componen la vida interna cegetista. Mientras se acreditaban los congresales, ninguno tenía certezas de qué podría llegar a votar en algunas horas.
La discusión por el reparto de cargos, que empezó hace algunas semanas, se empantanó la noche previa. Los detonantes de la crisis fueron dos: la negativa de los Gordos, Independientes y el barrionuevismo a acercar una cuarta silla de secretario general para un dirigente de los gremios industriales (léase Antonio Caló) y la intención de reducir el moyanismo a la mínima expresión.
Ante ese escenario, Pablo Moyano pateó el tablero. Primero le estiró hasta ultísima hora del miércoles la orden de presentarse en el Congreso a los suyos. Después promovió que se acrediten los congresales pero no los secretarios generales, a la espera de lo que pueda cerrarse. En caso de que no haya acuerdo podían levantarse e irse sin votar.
El moyanismo reclamaba para sí 10 lugares. La contraoferta les dejaba apenas 5. Estaban muy lejos. En un salón de Parque Norte cancilleres de ambos espacios buscaban acercar posiciones. Pablo estaba por teleconferencia. «Miren que si acá no hay acuerdo esto es un escándalo», le advertía uno de los sindicalistas de confianza de Moyano al líder de los estatales Andrés Rodríguez.
Afuera del ajedrez de negociación no se sabía nada: «¿Y? ¿Tenés cargo? -No se», respondía un gremialista que finalmente sí terminó cosechando un lugar en el nuevo Consejo Directivo. Claro, como el resto, se enteró entrado el mediodía cuando leyeron públicamente la lista definitiva.
Por su parte los dirigentes más duros de los Gordos ninguneaban a los Moyano: «Este representa 3 kioscos y viene a pelear un cargo acá. Son unos caraduras», disparaban en off a la prensa. Pedían tensar la situación al máximo.
De hecho se tensó. Pablo hizo el amague de motorizar una retirada de los suyos que estaban el salón central. Algunos sostienen que, además de esa jugada, lo que terminó de zanjar definitivamente la disputa fue un llamado desde las más altas esferas de la política nacional. «Unidad hasta que duela», fue la orden. Y dolió.
En el poroteo se empezaron a revolear los cargos. Y también las lealtades. Empezaron a contar la tropa: «Vos tenés a Sola», le dijeron a Moyano. «No, Sola es de ustedes. Yo con Sola no tengo nada que ver» le respondió, y recordó que lo había traicionado en 2018. «Piumato y Caló también son de ustedes», agregó el camionero.
El conteo final le dejó a los Moyano una cosecha de 8 dirigentes de máxima confianza en el nuevo Consejo Directivo y un bloque potencial total de 13 cargos, con los espacios que consideran aliados. En términos generales quedaron conformes, aunque no pudieron hacer pie en dos secretarías que apetecían especialmente: Interior y Juventud.
También hubo espacios para la Corriente Federal de Trabajadores, que hasta bien entrada la mañana no tenía certezas de cuál sería su participación, para los gremios de la Energía que ahora tienen secretaría propia y para las 62 Organizaciones Peronistas.
La perlita del paso por las urnas (en las que había que colocar un sobre que contenía una hoja celeste que rezaba un escueto: Lista Azul y Blanca Unidad) la dejó Antonio Caló. El metalúrgico llegó hasta la Mesa 6, la que le habían asignado en el padrón, y se encontró con que otra persona había votado en su lugar. Ante la presencia de la prensa montó una ficción: «Nena, dame un sobre así me sacan la foto», le dijo a la presidenta de mesa. Posó y siga, siga… «Me trucharon el voto», comentó después entre risas.
El triunvirato se presentó en sociedad con un saludo de Pablo Moyano por teléfono, acosado por un «cuadro febril», y escuetos discursos de Carlos Acuña y Héctor Daer. Una multitud, posibilitada por la duplicación de la titularidad en los cargos, se posó sobre el escenario para cantar la marcha peronista.
«Viva Perón, Viva Evita, Viva la CGT» gritó Gerardo Martínez en el cierre del encuentro, mientras los casi 2 mil congresales ya estaban en franca retirada. Fue el inicio del tercer triunvirato cegetista en el Siglo XXI. Las dos experiencias previas no terminaron bien.