Francisco y los sindicalistas

(por pablo cano) Otra vez una anécdota, se junta con otra y así se construye un anecdotario torpe y sesgado que supone encontrar en Francisco a un actor político que opera sobre la realidad argentina. Mas allá de sus gustos personales, que claramente los tiene como cualquiera de nosotros, perderse en esta mirada implica perderse el enorme aporte a la discusión de fondo que Francisco propone. Está observando el mundo y su sistema de relaciones cruzado por dos fenómenos que son recurrentes en la producción pastoral de la Iglesia desde el Documento de Aparecida (2007) en adelante: la globalización extrema generada por la fase actual del capitalismo y el impacto de la revolución tecnológica en los modos culturales de la sociedad.

Como pastor y jefe de una religión, su preocupación central es cómo afecta a su rebaño los vectores señalados puesto que el sistema de valores que porta la religión católica era hasta fines del siglo XX «él» sistema de valores del mundo occidental sobre el cual se construye el mundo actual y del cual es deudor, entre otras grandes construcciones políticas, la Comunidad Común Europea y, en otra escala y estadio, también el Mercosur. Un mundo que ante la globalización busca unir fronteras en espacios comunes económicos y culturales, imbuida esta última de aquella moral cristiana que en lo social se expresa en la igualdad y en lo estrictamente religioso, en el amor por el otro. Ese mundo es el que ésta fase del capitalismo pone en crisis, esa es la preocupación central de Francisco. El capitalismo en su expansión a caballo del avance tecnológico profundiza desigualdades, las desigualdades exacerban individualismos que a su vez promueven nacionalismos berretas montados sobre la creencia que lo que falta aquí es por que se lo llevan/roban otros que no son de aquí (el problema de los inmigrantes) y las sociedades empobrecidas mutan su moral antiguamente solidaria por un credo urgente en el cual los espacios de salvación espiritual y material son individuales y a su vez quedan sumergidos en los peores sentimientos que genera la inequidad brutal dónde el 1% de la población mundial gana el doble que el  50% mas pobre del mundo. Y todo esto empujado cada vez más por un capital vago y rentista.

Escuchar a Francisco en su discurso en Santa Cruz de la Sierra – Francisco: encuentro movimientos populares – permite poner en su justa perspectiva lo que sucede con el Papa en sus encuentros con diversos actores sindicales y sociales de todos lados del mundo. Francisco ve en ellos a las víctimas de la desigualdad, a los condenados a la esclavitud, a los que sufren ya y hoy en carne propia el desgarro del medio ambiente, a los que -en sus propias palabras- «tienen el futuro de la humanidad en sus manos en la búsqueda cotidiana de las tres T, tierra, techo y trabajo…no se achiquen».  

La novedad de este mensaje de Francisco es que sitúa el tiempo de acción -de la acción pastoral pero también de la acción a la que empuja al hombre- en el hoy, en el ahora. No busca marcar una agenda dogmática ni programática, «ver, juzgar,actuar» es uno de los pilares de su discurso. Y esto de no hacerse el sonso frente a las cotidianas injusticias, de revelarse ante tales hechos pidiendo que la emoción se haga acción él mismo se lo toma en serio. No busca ni la foto ni la agenda cómoda y pone en juego constantemente su mayor capital, su prestigio y el de su Iglesia,  en la confrontación con esa injusticia. «Nadie ama una idea, un concepto, se aman a las personas» y entonces ahí va el Padre Jorge abrazado con refugiados y perseguidos, con Obama y Fidel, con cartoneros e indígenas.

Cuando muchos lo quieren leer en clave doméstica viendo que tensión favorece o afloja en función de las fotos y su agenda, olvidan que éste es un Papa que lo primero que hizo fue patear el status quo de Roma generándose costos y enemigos mucho mas pesados que un columnista de La Nación o un Jefe de Gabinete de estos lares. Y, va de suyo, sus acciones no deben ser leídas en términos de amigos/enemigos, sino en la diada justo/injusto. Francisco, un hombre de 81 años, porta la urgencia de su tiempo vital pero también expresa su premura la convicción sobre la perentoriedad de la acción. Es un cura latinoamericano de extracción popular que intenta llevar a su papado un cúmulo de transformaciones que una parte mayoritaria de la Iglesia periférica a Roma viene demandando desde  el enorme documento de Medellín, hace exactamente 50 años. La grieta que Francisco discute es la que rompe la salvación del hombre. Un hombre que debe ser reconocido en su dignidad de tal y para lo cual la Iglesia debe trabajar aquí y ahora porque, al fin de cuentas, el paraíso que la fe cristiana promete es una construcción que empieza aquí y hoy. Y el hoy es la eternidad(1)

 

(1)En el pasado Dios estuvo y dejó su huella: la memoria nos ayuda a encontrarlo; en el futuro sólo es promesa… y no está en los mil y un “futuribles”. El “hoy” es lo más parecido a la eternidad; más aún: el “hoy” es chispa de eternidad. En el “hoy” se juega la vida eterna. (documento de Aparecida - Brasil 2007)