El marco de la profunda dispersión que dejó el 17 de octubre, las dudas respecto del perfil de gestión de «Kelly» Olmos fueron una constante en los diferentes actos del movimiento Obrero. Hubo quejas en on y en off hacia Alberto por la falta de consulta y una batería de críticas a los «menemistas» que desembarcarían con Olmos en Alem.
«Se nos dijo que la CGT era parte del Gobierno, pero la CGT no está sentada donde se define la política», soltó Héctor Daer en el discurso de cierre del acto con el que ese sector de Azopardo presentó ayer la a Mesa Nacional Sindical Peronista.
El mensaje tenía un destinatario claro: Alberto Fernández. También había otros. Al Presidente, al que por primera vez le declinaron una invitación oficial y le dieron la espalda un 17 de octubre, le espetaban haber vuelto a dejarlos afuera de una toma de decisiones. Este último caso es sobre el reemplazo de Claudio Moroni en el Ministerio de Trabajo de la Nación.
Moroni se había convertido en un interlocutor validado ante la CGT y en uno de los funcionarios de mayor diálogo con los sindicalistas. Su salida había abierto una chance de buscar un candidato de consenso. De hacer un «gesto» a un conjunto de dirigentes que hasta supo proponerse para formar la pata territorial de un albertismo que le permitiera a Alberto «independizarse» de Cristina. Sin embargo eso no ocurrió. En Olivos, rodeado de un círculo pequeño de confianza, el Ejecutivo definió en soledad el ingreso de Olmos.
«Nos hubiera gustado opinar, pero estamos bien, estamos de acuerdo. Nosotros tendríamos nuestro candidato (si se les consultaba)», deslizó Carlos Acuña hace apenas unas jornadas.
Nadie sabe muy bien qué esperar de Olmos. La ratificación de los Secretarios fue una primera noticia. Ahora esperan ver qué ocurrirá con las Direcciones, especialmente aquellas sensibles para el funcionamiento de las organizaciones sindicales.
En Obras, dónde Antonio Caló hizo su reaparición en un acto cegetista, había esperanzas de que no hubiera grandes movimientos. De todas maneras mantienen la «guardia alta» en caso de que ocurra lo contrario. Especialmente apuntan a los dirigentes de confianza de Olmos el Instituto de Formación y Actualización Política (IFAP) que podrían desembarcar con ella en grado de asesores.
Todos daban como certeza el arribo a la calle Alem de Javier Mouriño y de Aldo Carreras. Al primero le achacan tener en su currículum haber sido exfuncionario de Carlos Menem, luego rescatado del ostracismo por Daniel Scioli. Nada de conocimiento respecto de la realidad del mundo sindical. Del segundo, incluso, ya hicieron circular por una cadena de WhatsApp una causa en la que se encuentra involucrado junto con el propio Menem y Carlos Corach por administración fraudulenta y le reprochan haber sido asesor de Jorge Triaca en sus años de ministro de Mauricio Macri.
Lo curioso fue el consenso en el rechazo a ambos nombres en un clima donde no hubo prácticamente ninguna otra coincidencia. En los actos de Obras y Plaza de Mayo llovieron las críticas. Desde la Plaza, adicionalmente, ampliaban las recriminaciones contra el núcleo de poder del PJ Porteño que rodea a Alberto Fernández y que, por ejemplo, cercó cualquier chance de debate respecto del nombre y del perfil que se necesitaba para la cartera laboral en este contexto.
Lo que para Obras era una «buena» noticia, que no cambie gran cosa en el Ministerio, para Plaza de Mayo era una confirmación de una gestión «proempresarial». En definitiva, buena parte de esos dirigentes venían reclamando un cambio de ministro pero con el objetivo de tener una persona de mayor cercanía ideológica.