Vanessa Bransburg, directora del Movimiento Cooperativo del Center for Family Life en Brooklyn, Nueva York, explicó que en esa ciudad y muchas otras «las técnicas de búsqueda de empleo tradicionales no funcionan» para esas personas y «no solo por la barrera del idioma sino por la ausencia de conocimientos sobre sus derechos».
Ante esa situación, el modelo de cooperativas puede ser una forma eficiente de crear empleos decentes y satisfactorios para los migrantes, por lo que el Programa de Desarrollo de Cooperativas de Trabajadores fue lanzado por la OIT en 2006 y actuó como «una incubadora de cooperativas de trabajadores», aseguró.
La iniciativa ofrece asistencia en la creación de cooperativas que generan empleos estables y prolongados y con un salario justo, en un ambiente de trabajo con valores de equidad, dignidad y respeto mutuo para los trabajadores, puntualizó Bransburg.
Ese Centro también ayuda a coordinar la formación y organización de cada cooperativa al ofrecer asesoramiento empresarial y servicios de apoyo integrales por parte de un equipo bilingüe inglés-castellano, a la vez que los participantes asumen la responsabilidad de la gestión de la empresa y, cada cooperativa, procura evolucionar y transformarse en empresa independiente.
La primera cooperativa de Nueva York fue creada en 2006 y ofrece servicios de limpieza del hogar en sus cinco distritos y, en nueve años, creció de 15 a 67 miembros, casi todos latinoamericanos.
Bransburg realzó el valor social de su trabajo y explicó que al integrar una cooperativa «el empleado cumple tareas en un contexto seguro, entre 21 y 40 horas semanales y ganando hasta 22 dólares la hora», y sostuvo que los participantes conviven en equipo y cada uno es responsable por su trabajo, por lo que «el empleo se convirtió en una oportunidad para desarrollar el capital humano».
Esas personas pasaron de ser empleados remunerados dependientes de un jefe a copropietarias de una empresa que ofrece liderazgo.