Como esos tiros made in NBA que son todo red, Máximo Kirchner volvió a apuntar la semana pasada a Héctor Daer y a la CGT, y el mensaje llegó al corazón de la plana mayor de Azopardo. Sin escalas. El jefe de la bancada del Frente de Todos en la Cámara Baja cuestionó el documento que la central obrera firmó con AEA en el que hablaban de «décadas de una muy mala performance económica». De hecho lo mandó a Daer, y al resto de los dirigentes, a revisar cuántos afiliados tenían el 25 de mayo de 2003, cuántos tenían el 10 de diciembre de 2015 y cuántos en 2019. El guante lo levantaron en el último cónclave de mesa chica y cuidadosamente dejaron trascender, a través de Clarín, una respuesta acorde con el perfil que el propio medio se encargó de construir sobre el diputado: «Este muchacho no laburó en su vida y nos viene a decir cómo tenemos que manejarnos».
Las diferencias entre el kirchnerismo y la plana mayor de la CGT no son novedad. Sí es novedoso que sea Máximo el que las personifique. «El error de Máximo es pelearse con la CGT y no con dirigentes con nombre y apellido», me apuntó un atento observador de la política gremial. De fondo, el intercambio, visibiliza una máxima que se suele repetir en los despachos sindicales cuando se indaga sobre estos temas: «Una cosa son los tiempos personales, otros los de la política y otros, muy distintos, los del sindicalismo».
Sin embargo, una pelea con Máximo, que en última instancia es una pelea con CFK, no es gratuita para los gremialistas. De hecho puede acelerar el desgaste de imágenes y consensos internos que ya no tienen demasiado margen para la erosión. Es que cualquier repaso del caudal electoral del kirchnerismo en los últimos 12 años muestra que está notablemente subrepresentado en el mundo sindical. Gremios colmados de representados kirchneristas y apenas un puñado de dirigentes referenciados en ese espacio. Para muestra un botón: el año pasado mientras la cúpula de la UOM miraba con cariño «la promesa Lavagna» y dudaba sobre el candidato a apoyar para las presidenciales, encaró una encuesta en un plenario de delegados y, con 8 postulantes en juego, CFK consiguió una adhesión del 70%.
Tal vez la certeza de ese desacople político y de esa distancia entre representantes y representados fue la que lo llevó a José Luis Lingeri a bajarle el tono a la confrontación: «Hicieron mucha pirotecnia con ese tema, no creo que él quiera tener una confrontación con la CGT», dijo. Y completó la pregunta de Máximo como si fuera una asistencia: «El mayor crecimiento que tuvo AySA en los últimos 40 años fue en el período de Néstor y Cristina».
Una vuelta al Nestornauta
El 23 de agosto de 2010 se relanzaba con un acto en el Luna Park la Juventud Sindical. La figura del espacio era un casi adolescente Facundo Moyano y la presencia estelar era la de Néstor Carlos Kirchner, ya con notorios problemas de salud. «No tocaremos los timbres de ninguna corporación sino los del pueblo para consolidar el modelo de transformación y justicia» y «Las grandes transformaciones se hacen con pluralidad y no con sectarismo», fueron los conceptos centrales de su discurso, en un ya complejo contexto político luego del revés de la 125 y la derrota electoral de 2009.
A 10 años de ese evento, y con la idea de reinstalar el sello y el necesario trasvasamiento generacional en el movimiento obrero, la cabeza de ese espacio y de los empleados del vidrio, Cristian Jerónimo, prepara una estrategia a dos puntas. Por un lado dará luz a un fuerte documento fijando postura respecto de la unidad sindical, del proyecto de país y del lugar que le cabe a la juventud en esos debates. Pero el plato fuerte llegará con el reimpulso del proyecto de Participación de los Trabajadores en las Ganancias. Aunque todavía es una incógnita cuál de los dipusindicalistas tomará el asunto y será el artífice de la presentación en la cámara baja, la idea de Jerónimo y compañía es volver a poner en cuestión la distribución de la riqueza con una iniciativa que recuerda al «Proyecto Recalde» de fuerte impronta en 2010/2011. Para algunos, aquellos fueron los últimos años en los que el movimiento obrero tuvo una agenda a la ofensiva. Luego pasó a discutir el pago del tributo a las ganancias en el segundo mandato de CFK y la actualización salarial por debajo de la inflación para contener la debacle laboral con el macrismo.
Los sindicatos son de Francisco
Los vientos vaticanos empiezan a reverdecer en las organizaciones sindicales. Luego de un primer momento en el que los gremios le dedicaran libros, radios y hasta bustos, en las próximas horas transitaremos una segunda ola de desembarco de la línea del Papa Francisco. Juan Grabois será el principal promotor y tendrá el Plan San Martín como propalador principal de las ideas de Bergoglio. Se trata de una especie de ‘refresh pospandémico’ del Plan del Buen Gobierno que el mismo Grabois presentó en septiembre del año pasado y que tiene propuestas para materializar las Tres T (Tierra, Techo y Trabajo), más programas para fortalecer la Educación, la Comunicación, el Ambiente y la Justicia.
La presentación ya cerró una serie apoyos de pesos pesados del mundo sindical que será como un holograma de una unidad que todavía está lejos de concretarse. Estarán los Moyano, Ricardo Pignanelli, Gerardo Martínez y Sergio Sasia. Cuatro gremios perceptivos a las visiones de Bergoglio, cabezas de diferentes espacios del movimiento obrero y que servirán de espalda y envión en el mundo cegetista a la iniciativa.
La ausencia clave será la de el Movimiento Evita, hecho no menor porque impedirá a las organizaciones sociales utilizar la chapa de la UTEP, gremio de la economía popular que lanzaron a fines del año pasado después de un largo período de confluencia en los 4 años de macrismo. El Evita hoy está en plan de convertirse en la guardia pretoriana de Daniel Arroyo y en busca de ser la pata territorial del albertismo, que como ya contáramos en el panorama pasado, todavía no consigue la venia oficial del propio Alberto Fernández para materializarse. Como sea, el faltazo empieza a visibilizar un resquebrajamiento que para los gremios ahorrará un debate incómodo: el ingreso de las organizaciones sociales a las filas de la CGT.