«Mi organización respaldará a Pablo para la CGT, la CATT o la entidad que desee conducir» declaraba el miércoles Jorge Luis García el flamante líder del Sindicato de Peones de Taxis, y formalizaba el histórico cambio de alineamiento político sindical del gremio. Ya con Jorge Omar Viviani «jubilado» luego de una interna silenciosa pero desgastante, InfoGremiales confirmaba en exclusiva que los tacheros abandonaban el MASA y se sumaban el Frente Sindical para el Modelo Nacional, chapa que milita desde hace un par de años Pablo Moyano y desde la cual busca conseguir la base de sustentación necesaria para sus batallas. La noticia, en medio del levantamiento policial, abría la puerta a la chance de que Pablo pueda, en la previa de la carrera cegetista 2021, pelear por la conducción de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT).
Con un movimiento obrero fragmentado, la informalidad laboral que nunca logró perforar el piso de un tercio, el crecimiento del trabajo autónomo, los procesos de tercerización consolidados y la incidencia de las aplicaciones, el siglo XXI marcó la mutación del músculo cegetista, que pasó de los otrora multitudinarios gremios industriales a los estratégicos gremios del transporte. En la práctica son quienes garantizan el «éxito» de una medida de fuerza. No casualmente el principal referente de la central obrera de este siglo es un líder de Camioneros y ya no un referente de la UOM. En ese marco su consolidación como bloque en la CATT se convirtió en una herramienta apetecible y en un lugar aspiracional. También una prueba de liderazgo.
Si la de la CGT es la pelea de fondo de 2021, la de CATT es la de semifondo. Nada despreciable. La actual integración de Confederación lo tiene a Juan Carlos Schmid como secretario General. El soporte de poder en el cual se basó en 2016 para llegar al cargo fue construir un delicado equilibrio entre el aval moyanista y la vocería del tándem Omar Maturano (Adjunto) y Roberto Fernández (Gremial). Una tensión obvia que no resistió el paso del tiempo. Desde entonces las cosas cambiaron. Se detonó la relación entre Schmid y los camioneros, y llegó al clímax la tensión entre Moyano y Fernández. De hecho el principal competidor interno de la UTA se sumó al Frente Sindical y usa ese paraguas para esmerilar al gallego.
En estos cuatro años Moyano sumó a sus filas a los marineros del SOMU, incorporó a los tacheros, abrochó a los empleados de vialidad y todavía disputa algunas organizaciones del arco portuario. De hecho en la última paritaria del Puerto de Buenos Aires buscó conseguir el «pase» de sindicatos de la Federación Marítima. Una actitud de pesca permanente. Todavía no queda claro si le alcanzará para cambiar la relación de fuerzas porque Maturano consolidó, en paralelo, una alianza estratégica con Sergio Sasia que reafilió a la Unión Ferroviaria. Pero tal vez sí le alcance para imponer una serie de condiciones en una futura negociación e istalar nuevos ejes de debate.
La CATT tiene una serie de desafíos por delante. Casi de época. A pesar de haber ganado poder y reconocimiento, hasta acá nunca logró instalar una agenda de actividad más allá de lo que fue su pelea, trunca, por Ganancias y algún posicionamiento más o menos sólido respecto de temas previsionales. Tampoco fue un actor de consulta en las iniciativas para regular las aplicaciones, que tienen a varios de sus sindicatos afiliados al borde del colapso, ni convocada para debatir la incipiente reconversión de la actividad aerocomercial. Quizás el shock del avance del moyanismo le sirva para reactualizar sus peleas.
Rati horror show
Cientos de policías de la bonaerense. Tal vez algunos miles. Armados. Amontonados y casi todos con los barbijos mal puestos. Distribuidos en distintos puntos de la Provincia, incluso en la entrada de la Quinta de Olivos. Patrulleros con la sirena sonando. Retirados y exonerados. Un pliego de reclamos que pendulaba entre lo más atendible y urgente y una agenda política de la oposición que se colaba hasta para los seguidores menos atentos. Ese espeso clima de «rati horror show» que hasta permitía que un oficial se suba a una antena con una 9MM en la cintura, fue el que revitalizó el debate sobre la sindicalización policial esta semana. Además puso en conocimiento a las grandes masas de algunas organizaciones sindicales en diferentes provincias con distintos grados de integración.
Más allá de la espuma, las distintas fuentes oficiales consultadas por este cronista señalaron que el «evento» no cambió la posición del Gobierno respecto del tema. La idea es no tratar el asunto. Al menos en el corto plazo. El levantamiento no cambió la agenda. Por un lado porque consideran que la Corte Suprema fue lo suficientemente contundente con sus pronunciamientos (fallos), y por otro porque obturarlo es una manera de generar una valla de contención para los Gobernadores. Creen que la apertura de la sindicalización policial derivaría en un foco de conflicto de difícil resolución en cada distrito. Además podría generar un efecto cascada y abrirle el camino, también, a la conformación de gremios de municipales. Todo un abanico de problemas con final incierto para los ejecutivos.
Más allá de los pros y las contras de la sindicalización, que ya se leyeron hasta el cansancio en las últimas jornadas, lo que está claro es que el universo sobre el que debería darse ese proceso es muy complejo. Violencia, machismo, discriminación, racismo, escasez de preparación. Imposible pensar que emerja una organización gremial modelo de un conjunto con tantos problemas como los que se visibilizaron. ¿Puede la sindicalización ayudar a subsanarlos? Tal vez parcialmente en el mediano plazo. La policía desde décadas es sinónimo de violencia institucional por lo que lo más probable es que en gran medida se trasladen a la organización y se institucionalicen. ¿O creen que los gremios no tienen nada que ver con el universo que representan?.