Alberto Fernández tenía agendado un encuentro con la Confederación Sindical de trabajadoras y trabajadores de las Américas (CSA). Es la expresión sindical más importante de la región y un paraguas que contiene federadas a las tres centrales obreras del país.
Una vez que estaba asegurada la cita el titular de la CSA, Rafael Freire Neto, abrió el juego para los actores locales e invito a la cumbre a la cúpula de las dos CTA y de la CGT. Iba a ser una foto de peso con obvio volumen político en momentos donde el Gobierno definió los aumentos por decreto a las jubilaciones y sigue su negociación con el FMI.
Sin embargo una inesperada interna vernácula frustró la posibilidad. En una primera instancia estaban todos adentro, pero más tarde comenzaron a bajarse actores. De hecho la CGT habló de una comitiva y luego desistió sorpresivamente.
El encargado de la convocatoria fue el líder del Suteba, Roberto Baradel, de la CTA de los Trabajadores. Esa designación hizo ruido en Azopardo que casi por premisa no participa de los espacios sindicales que no conducen.
Las internas no terminaron ahí. Tras la salida de la CGT las presencias siguieron limitándose y la cumbre terminó siendo sólo de Fernández con Freire Neto, el propio Baradel por la CTA que conduce Hugo Yasky y Ricardo Peidro por la CTA Autónoma.
Lo que pudo ser una instantánea potente, en medio de la definición de la pauta paritaria de 2020 y el mismo día que el FMI reconocía la insostenibilidad de la deuda, terminó siendo una demostración más de la dispersión del movimiento obrero argentino y de la complejidad de encontrar espacios de unidad que trasciendan las internas.